lunes, 24 de diciembre de 2012

La sartén, el fogón y Chicote, de pesadilla en pesadilla

 
Pesadilla En La Cocina ha calado en el público español, y no sólo en los que tenemos alma de chef o disfrutamos pasando horas entre fogones; los televidentes, casi en masa, se reúnen y reúnen, semana tras semana, frente a la pequeña pantalla para ver a Chicote, a Alberto Chicote, enmendarle la plana a tanto y tanto dejado o pasota de la restauración culinaria, a tanto criminal contra la salud pública. No somos pocos los que ya seguíamos al escocés Gordon Ramsey en el formato original de este mismo espacio, pero lo cierto es que Alberto ha llegado a un grupo mayor de adeptos. No sé muy bien si es por la sencilla razón de que a la gente le gusta saber si al final, aquella noche que llegó con cagalera al hogar, fue por culpa de una simple indigestión por hartarse a comer a deshoras o simple y llanamente porque le habían envenenado a base de recetas pergeñadas en cocinas pobladas por ratas, insectos, colillas y grasa a manos llenas.
 
Reconozco que el estilo televisivo de Chicote tiene su encanto, aunque los programas de Ramsey siguen estando mejor estructurados. Las líneas son las mismas, pero la verdad es que el timing, que dicen por aquellas tierras, de cada pieza o segmento está resuelto con mayor veracidad en la versión extranjera. En la de aquí, la presentación, esa suerte de introducción al restaurante a salvar, la puesta en antecedentes, es perfecta. Ahora bien, cuando el chef Alberto ya ha colocado a todos en su sitio y les ha mostrado las nuevas directrices en un sí o sí para salir del agujero, la resolución de los problemas se produce en pocos minutos a lo largo de una cena que parece extremadamente fantástica, un servicio que comienza fatal, acumulándose los platos, llamado al desastre, y que en pocos segundos se despeja por el ilusionismo de las hadas, los gnomos o –quién sabe– unos adláteres de Chicote que, al igual que ayudan a los dueños reformando el local en cuestión, quién sabe si no les hacen tabula rasa en el momento de tensión y les montan los platos a los damnificados para salir bien en la tele. De hecho, es normal ver en estas manducas nocturnas a críticos culinarios invitados que, cuando les traen los aperitivos y los primeros aseguran que son flojos, por no decir una mierda pinchada en un palo, para un plato después reconocer y ensalzar la pitanza al completo como de capricho de dioses. Nada convincente, ¿no es cierto?
 
 
Pero lo que más me llama la atención, lo que me tiene maravillado es el momento en el que, una vez reconocidos los errores de los dueños y chefs residentes en el establecimiento escogido por Pesadilla En La Cocina para ser visitado y tocado con la varita del éxito, Chicote muestra y da a probar una selección de platos que ha creado para la nueva carta. Algunas de esas especialidades tienen sus buenos bemoles, ocultando en su elaboración recetas complicadas de sacar adelante si no eres un experto con base de años; incluso las que son más “normalitas” necesitan de un toque experimentado, de alguien que entienda los tiempos de cocción, de fritura, el hecho-poco hecho-crudo-sangrante, que sepa que usar las especias o salpimentar tiene su arte si se quiere llegar a algo sublime. Y esto se lo ofrecen a gente como la cocinera de El Castro De Lugo, en Tetuán, Madrid, una persona que era todo menos profesional, una individua que dudosamente te podría hacer una simple tortilla francesa. El propio Alberto, viendo cómo estaba el percal, se le escapó la primera arcada en la misma cocina del local, para acto seguido salir de estampida rumbo a los aseos a vomitar. A día de hoy El Castro De Lugo ha cerrado sus puertas, al igual que el Da Vinci de Moraira, Alicante, pues Chicote puede parecer Papá Noel con tanto y tanto regalo pero no es Dynamo, por lo que la magia la deben hacer los propios dueños una vez el chef les pone las pilas. Pero claro, no todos tienen la capacidad, el empeño, el equipo y los arrestos para tirar del carro cobrando conciencia de la importancia capital que ello conlleva para sus vidas en un futuro inmediato.
 
por Sergio Guillén

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