jueves, 31 de octubre de 2013

5 películas para pasar miedo en Halloween

 
¿Eres de los que no deja pasar Halloween sin meterse entre pecho y espalda una buena dosis de películas de género? ¿Te consideras lo suficientemente atrevido como para pasar toda la noche sin pegar ojo deglutiendo películas y más películas de terror, una tras otra, una tras otra? Desde Televisión Ácida, y basándome en las recomendaciones que hace un libro de obligada compra como es El Terror Desconocido. Más Allás Del Cine De Género (Editorial Bubok), os ofrezco una selección de cinco largometrajes que os alterarán los nervios y harán que dudéis de la realidad. Un quinteto deliciosamente terrorífico que va de las casas encantadas a los miedos psicológicos o el falso documental, pasando por seudo vampiros o zombis.
 
 
Last Man On Earth, The (1964)
(Produzioni La Regina / API)
Directores: Sidney Salkow y Ubaldo Ragona.
Intérpretes: Vincent Price, Franca Bettoia, Emma Danieli, Umberto Raho.
 
Un filme como Soy leyenda ha movido a nuevas pasiones, llevando a una parte de cinéfilos en busca de la obra literaria firmada por Richard Matheson. Su concepción de un vampirismo enfermizo que nace de causas lejanas de las que habitualmente utilizamos para “racionalizar” al romántico Lestat, no era la primera vez que tocaba el celuloide. En una descacharrante producción de los 70 Charlton Heston era The Omega Man, título de un largometraje en el que aquellos seudo chupasangres son dibujados cual secta albina cuya única similitud con los acolmillados es su gusto por la noche. Pero sería el 8 de marzo de 1964 cuando en Estados Unidos se estrenaría la considerada como primera versión oficial para la gran pantalla de la novela de Matheson.
 
Apoyado en un guión de William F. Leicester, el director Ubaldo Ragona se valía de la capacidad de llena pantallas de Vincent Price para dar carrete a una historia que casaba de manera idónea con los miedos a los males víricos de extraña procedencia. Price tomaba el rol del Dr. Robert Morgan, único ser en la tierra inmune a una desconocida enfermedad que convierte a todo lo que infecta en seres sin voluntad que únicamente salen por la noche a destruir todo lo que aún quede con vida. Como los vampiros, estos zombies remendados no soportan el ajo, al igual que tampoco pueden mirarse en un espejo. Vincent tendrá la dura misión diaria de acabar con los que se encuentre por el camino (las estacas salen a relucir), quemar a los que han muerto a manos de estos humanos sin alma (única forma de que no vuelvan a la vida convertidos en errantes moradores asesinos) e intentar dar con una cura para tamaña pandemia.
 
Esta obra estaba pensada inicialmente para ser producida por la británica casa Hammer Films, aunque finalmente rechazaron el proyecto y le pasaron la pelota a Robert L. Lippert, asociado norteamericano, que a la postre lo produjo en Italia. Rodada en blanco y negro, The Last Man On Earth es un dechado de virtudes que toman forma correcta gracias a la planta y al nivel interpretativo tan oscuro que sabe aportarle el siempre dispuesto Price. Tampoco hay que quitar mérito a Ragona y Salkow, cineastas que consiguen cambiar los ritmos del metraje según lo pida cada etapa de la historia. No desvelaremos el final, pues vale la pena dejarse cautivar por la escena que cierra la película, una de las más desconcertantes y sobrecogedoras de la época (a algunos les vendrá el recuerdo presente de El planeta de los simios, ante todo por aquello de su dramatismo). “Another day to live through. Better get started”.
 
 
Pesadilla diabólica (1976)
(United Artists)
Título original: Burnt Offerings.
Director: Dan Curtis.
Intérpretes: Oliver Reed, Burgess Meredith, Bette Davis, Lee Montgomery, Karen Black, Eileen Heckart, Anthony James, Dub Taylor.
 
Películas con casa encantada se han rodado antes y después de Pesadilla diabólica –ahí está La casa encantada (1943) de William Beaudine o la firmada por Oren Peli Paranormal Activity (2007)–, pero hay que reconocerle al largometraje de Dan Curtis su carácter de precursor para futuras ambientaciones dentro de habitáculos más o menos terroríficos. Y no hablamos simplemente de la importancia narrativa de la novela original de Robert Marasco en la que se basa esta Burnt Offerings, es ante todo la manera en la que Curtis rueda algunas escenas significativas que al poco tiempo se han visto homenajeadas por nuevas filmaciones del género. Terror en Amytiville o El resplandor son ejemplos incuestionables –la escena final de Pesadilla diabólica parece dar pie para que cuatro años después, al adaptar Stanley Kubrick y Diana Johnson a Stephen King, se utilice como cierre la escena de las fotografías–.
 
Pero el caso presentado en este proyecto para la gran pantalla tiene un punto positivo que le aporta una originalidad que pocas veces ha tenido continuación. Mientras los fantasmas, espíritus o fuerzas malignas que vagan por las casas del terror suelen tener como principal meta el expulsar de la casa a todo ser humano que se atreva a cruzar el marco de la puerta de entrada, la mansión de Burnt Offerings anhela todo lo contrario. La estructura del edificio sólo desea que cada nuevo huésped se quede el mayor tiempo posible, a poder ser para siempre –aunque ese tiempo de vida no suela durar mucho–. Los Allardyce, dueños de la propiedad, son los encargados de encontrar inquilinos que “nutran” con su presencia en las diferentes estancias del lugar a un caserón que por momentos parece regenerarse y recuperar sus primeras galas. Y de hecho es así, ya que las cuatro piezas de la familia Rolf representan la siguiente víctima a la que chupar la energía, hacerla enloquecer y llevarla hasta la muerte mientras las flores cobran nuevos colores en el invernadero, las paredes eliminan los defectos por el descascarillado de la pintura o los tejados muestran una consistencia días antes perdida.
 
De alguna manera, y aun sabiendo que Dan Curtis es norteamericano, el sendero tomado a la hora de tratar el horror y el misterio en Pesadilla diabólica tiene fuertes influencias de las películas de suspense gótico británico que tanta popularidad tenían en los años 60. Además, y en lo más alto del elenco de actores, formando parte del matrimonio protagonista nos encontramos a Oliver Reed, un consumado intérprete natural de Wimbledon, Londres. Se puede decir que recién salido de su papel como Frank Hobbs en la filmación para las grandes salas de la ópera rock Tommy, Reed cambia de registro ofreciendo siempre una credibilidad pasmosa –aunque exista cierta frialdad entre el tándem protagonista inexplicable–. Ya metidos en pequeños papeles que sirven para dar color al total del trabajo, podemos alegrarnos de reconocer en la cara de Arnold Allardyce las facciones de Burgess Meredith y de hallar metida en el rol de la tía Elizabeth a la siempre magistral Bette Davis, aquí dando el extra de credibilidad pero sin demasiada dramaturgia a la que enfrentarse. Todos estos aciertos le conseguirían a la película de forma postrera tres Saturn Awards en 1977.
 
 
Patrick (1978)
(Filmways Australasian / Australian International Film Corp. (AIFC) / The Australian Film Commission / Victorian Film)
Director: Richard Franklin.
Intérpretes: Robert Thompson, Susan Penhaligon, Julia Blake, Robert Helpmann, Walter Pym, Rod Mullinar.
 
El arranque de una historia como la narrada en Patrick podría considerarse una versión para adultos de lo filmado en los primeros minutos del largometraje presentado en 1975 Tommy (Ken Russell). Si en aquella película el infante Tommy sufre un shock al descubrir que su progenitor no había muerto en la guerra y que, sin embargo, sí lo termina haciendo a manos del nuevo amante de su madre, aquí la cosa se alza unos cuantos escalones más en lo que a truculencia se refiere. Patrick no tiene padre –no se explica si lo perdió o si directamente su madre nunca se llegó a casar– y vive sumergido en un tremendo complejo de Edipo. Al ver que en casa retumban las carcajadas y jadeos sexuales con la entrada de un indeseado padrastro, el joven decide llevar a cabo una acción directa para acabar con su sufrimiento: eliminar a la pareja. Este asesinato le terminará dejando a él mismo en un extraño estado vegetativo.
 
Desde ese punto se fragmenta cualquier lazo de unión con la historia de Russell, y Richard Franklin toma el guión de Everett de Roche de una manera muy particular, rodando con firma propia sin explotar necesariamente clichés ya digeridos. También juega con una importante baza a su favor, tener entre el elenco de actores y actrices a un Robert Thompson que absorbe de inmediato la postración de ese Patrick gélido sobre la cama del hospital en el que lo tienen recluido, pero que siempre mantiene los ojos abiertos, sin pestañear en ningún momento. Este personaje, que debería estar sin duda entre los grandes psicópatas icónicos del cine de terror, terminará comunicándose con la enfermera Kathy Jacquard por medio de pequeños escupitajos que le sirven para dar el sí o el no a las preguntas que ella le formula. Luego, y con el transcurso de los minutos, el espectador va descubriendo el enamoramiento del protagonista por su cuidadora y el poder telequinético que éste posee, habilidad que utiliza para acabar con todas las personas que rodean a Kathy y que la puedan separar de su lado en la habitación del centro hospitalario.
 
El grueso de la obra se convierte pronto en un artefacto imprescindible y en una de las mejores muestras en la historia del horror facturado desde Australia. Cierto es que intérpretes como Rod Mullinar (Ed Jacquard, esposo del que se encuentra separada Kathy) dan poco realismo a sus actuaciones, pero está claro que el equipo principal consistente en Patrick, la enfermera Kathy (Susan Penhaligon), la matrona Cassidy (Julia Blake) y el doctor Roget (Robert Helpmann), se desenvuelve de una manera soberbia inyectando una fuerza adicional a lo concretado en el guión. Si a ello le sumamos los golpes de efecto cómico que aporta el personaje del Capitán Frasser (Walter Pym), la nota sobresaliente se consigue sin esfuerzo.
 
 
Zombis nazis (2009)
(Euforia Film / Barentsfilm AS / Miho Film / Yellow Bastard Production)
Título original: Dead Snow.
Director: Tommy Wirkola.
Intérpretes: Vegar Hoel, Stig Frode Henriksen, Charlotte Frogner, Lasse Valdal, Evy Kasseth Røsten, Jeppe Laursen, Jenny Skavlan.
 
¿Sam Raimi tiene la culpa? Pues seguramente sí, aunque él ni siquiera lo sepa. Tal vez el dedo acusador no deba apuntar a su persona y sí al mundo que creó gracias a Posesión infernal, Terroríficamente muertos y El ejército de las tinieblas. Unos amigos, unas vacaciones, una excursión a una casita perdida en el bosque –nevado, en el caso de Dead Snow–. ¿Le suena? Lógico. Y aunque Tommy Wirkola tampoco se avergüenza de unos guiños generosos a la primera etapa como director del neozelandés Peter Jackson –incluso uno de los protagonistas luce una camiseta de Braindead–, es el universo primero de Raimi el que recibe mayores cariños a lo largo de este tributo con unos villanos no muertos no tan originales como parecen.
 
El proyecto Grindhouse de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino presentado en 2007, y que contenía los filmes Planet Terror y Death Proof, también incluía, cual chanza para los fanáticos de la serie B, unos falsos trailers de películas que no existían. Una de ellas era Werewolf Women Of The SS de Rob Zombie, cantante y cineasta que se había inspirado para tamaña broma en los largometrajes de Fu Manchu y en la obra cinematográfica de Don Edmonds Ilsa, She Wolf Of The SS (1974). Aquí puede hallar las otras referencias necesarias para encontrar sentido al trabajo final de Wirkola, una película que empieza con una joven perseguida a través del campo nevado mientras flota de fondo el “In The Hall Of The Mountain King” que Edvard Grieg compuso para el Peer Gynt de Henrik Ibsen. Desde ahí hasta el final del metraje la carga gore va en aumento; pero, eso sí, siempre tomándolo desde el punto humorístico.
 
La historia de estos nazis que se convierten en muertos vivientes se remonta a la Segunda Gran Guerra; a unas tropas alemanas apostadas en un pequeño pueblo de las montañas para impedir el comercio de ingleses y rusos; a una venganza de los lugareños contra los militares como castigo por ser unos torturadores y saqueadores; y, como suele pasar en estos casos, a un tesoro maldito que, al igual que acontecía en Piratas del Caribe con las huestes del Capitán Barbosa, posee un hechizo sobre los condenados –en este film analizado, los zombis–. Lo llamativo, más allá de la terrible predilección por los intestinos humanos que tienen estos pendencieros nacionalsocialistas revividos –ante todo por ese punto característico de sus víctimas–, es que usan armas; en concreto, la bayoneta desmontada del fusil.
 
Pero, ya lo decíamos, como base un humor ácido y en ocasiones malsano –tras una de las muertes más truculentas de los jóvenes campistas, uno de los supervivientes se queja diciendo: «Os dije que teníamos que ir a la playa»–. Y la esencia del iniciático Sam Raimi sobrevolando escenas como la del cobertizo, con sierra eléctrica incluida. La cosa alcanza unos límites que hasta el gran combate final pareciese un videojuego de lucha en el que, tras vencer a las tropas y a la camarilla de allegados del sanguinario Herzog, que van apareciendo sobre la nieve como si fuesen diferentes fases de uno de estos entretenimientos digitales, finalmente se enfrentan con el citado capitoste. Un largometraje que, sin renovar el género, entretiene y cumple cual homenaje a sus mayores.
 
 
Black Door, The (2001)
(NGK Film Production)
Director: Kit Wong.
Intérpretes: Kevin Blatch, Sergio Gallinaro, John Hainsworth, Francis McBurney, Staci Tara Moore, Carlos Parra, John Prowse, Bronwen Smith.
 
The Black Door podría haber terminado sus días varada junto a otros mockumentaries que no resultaron, esos falsos documentales que erraron su visión y se fundamentaron en clichés olvidando el armazón que pedía su fondo, su nudo en la narración. Se vendió desde un principio como la película más terrorífica del nuevo siglo; y aunque no desvela en la nocturnidad del retiro de cada espectador, sí es cierto que posee una enjundia que no encontró unos años después el fiasco Paranormal Activity. Y es que para estos casos no hay nada como un rito satánico destapado por el investigador de turno, aunque el hallazgo lo realice sin proponérselo un estudioso interesado en el comercio que mantenía México con Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX. Así es como nuestro hombre, Steven, da con el nombre de un negociante desaparecido en 1932; así es como descubre la figura de Balmaseda. A partir de ahí se desencadena la tragedia que perseguirá al joven y a su novia, emperrada ella en grabar un documental por el que marcar la investigación de lo sucedido a su pareja, un Steven que para el arranque de la cinta ya está perdido mentalmente tendido en una camilla.
 
Y todo gracias a una bobina de celuloide traspapelada, a la grabación de una sesión maléfica en la que invocar a Belcebú. The Black Door es el nombre de una secta minoritaria de la que Balmaseda parece ser parte determinante, pináculo que se sacrificará en el ritual filmado. La película que descubre Steven y que termina por desquiciarle. A partir de aquí, y barajando las diferentes opciones del mockumentary, Kit Wong, que se estrenaba en la dirección para la gran pantalla, mezcla imágenes del documental-investigación, encargado por Meg con el fin de hallar la salvación para su amante, con los trozos más impactantes del rito ejecutado por Balmaseda y sus adláteres oscuros. Wong, que no ha vuelto a repetir la experiencia por el momento, midió sus fuerzas y consiguió en The Black Door no precipitarse. Es efectista cuando la ocasión lo merece, aunque también puede rozar lo tedioso como trampa para que el espectador caiga en su mentira y comprenda cual realista la proposición del largometraje. Va paso a paso, mostrando las pesquisas de Meg, las entrevistas que realiza para buscar nuevos datos, las visitas a un destrozado Steven que la desconcierta con arranques de auténtica posesión.
 
Desde que apareció El proyecto de la bruja de Blair, este género de retratar la realidad cámara en mano, de dar testimonio fílmico dentro del propio cine, se ha revalorizado cual pieza clave de futuros sustos y vía por la que desarrollar terrores vendiéndolos con una “veracidad” pintada al vuelo. La iniciativa ha dejado para el aficionado al género de terror importantes aciertos, aunque debido al abuso del mockumentary también se han sufrido las más infames tomaduras de pelo. The Black Door se situaría en el primer grupo, en el de las películas que vale la pena descubrir. El hecho de que Kit Wong utilizase a actores totalmente desconocidos para los papeles principales, es decir, los roles de Steven y Meg, constituye todo un plus para que uno pueda identificarse con la trama. No era el primero que lo hacía, pero lo cierto es que en su resultado final sumó puntos en lugar de restarlos.
 
por Sergio Guillén

martes, 30 de julio de 2013

Los 5 mejores programas sobre comida

 
Ya lo decían los Siniestro Total: «¡Dame, dame comida, dame!». Pues eso es lo que, gracias al TDT, nos está llegando a nuestros hogares un día sí y otro también. Olvidaos de la prehistoria nacional de los programas sobre cocina, Elena Santonja es el pasado... Llega una nueva revolución a la pequeña pantalla que pondrá vuestros jugos gástricos a mil. En este artículo nos quedamos con cinco ejemplos que no te debes perder:
 
1. Cena Imposible
 
Robert Irvine, un chef tan apasionado de los fogones como de las pesas del gimnasio, es la cabeza visible de Cena Imposible o Dinner: Impossible, como prefiráis llamarlo. En este programa se le plantea un reto a Robert, una prueba que siempre consiste en tener que preparar un gigantesco menú para centenares de personas en un tiempo muy reducido. El chef David Britton es siempre su segundo, su mano derecha, el compañero infatigable que le saca de más de un problema gracias a su capacidad de diversificarse en el trabajo. Así que un día te los puedes encontrar pergeñando platos para todos los restaurantes de un inabarcable zoológico como asando los mil y un tipos de carne para una gran concentración de gemelos.
 
2. Comida Sobre Ruedas
 
Los camiones de comida, ¡ese universo por descubrir! La verdad es que los yanquis se lo saben montar y han conseguido sacarle mucho jugo a esta nueva modalidad de mini restaurantes urbanos. Delicias callejeras con las que cada dueño de la furgoneta procura ir un paso más allá e inventarse nuevas recetas tan innovadoras como apetitosas.
 
3. ¿Cómo Es Lo Que Como?
 
El divertido Bobby Bognar, un cicerone que realmente sabe entretener, nos ayuda a descubrir por medio de este espacio de dónde vienen y cómo se producen los alimentos que tomamos en los restaurantes, en nuestra casa o que se apilan en los hipermercados. Así el televidente ve desde el minuto cero los pasos que la materia prima sigue en su elaboración para alcanzar el producto final deseado.
 
4. Crónicas Carnívoras
 
Adam Richman recorre de punta a punta Estados Unidos para enseñarnos los restaurantes más visitados de la tierra de las barras y estrellas, para mostrarnos los platos más pedidos y degustados en dichos locales y, de paso, para ponerse hasta las trancas de todo lo habido y por haber. Ya hablé con anterioridad sobre dicho espacio en Televisión Ácida: Pincha aquí para leerlo.
 
5. Pesadilla En La Cocina (Versión Española)
 
Qué decir del chef Chicote... Pues que se ha convertido en una auténtica estrella mediática en la versión nacional del éxito televisivo del restaurador gastronómico escocés Gordom Ramsey. En este portal de Internet ya he analizado el citado programa: Pincha aquí para leerlo.
 
por Sergio Guillén

miércoles, 24 de julio de 2013

¿Quién Da Más? No gastes tu dinero en ese almacén

 
Uno de los reclamos del espacio televisivo estadounidense ¿Quién Da Más? reza lo siguiente: «La serie que sigue a individuos oportunistas en busca de hacer su mayor fortuna en las subastas de depósitos». Al hilo de esto, y como bien explica la sabelotodo Wikipedia: «Cuando la renta no se paga en un depósito de almacenamiento durante tres meses en California, los contenidos se venden por un subastador como un solo lote de artículos. El programa sigue a los compradores profesionales que adquieren los contenidos basados sólo en una inspección de cinco minutos de lo que pueden ver desde la puerta cuando se abre». Si no habéis visto nunca Storage Wars, que es como se llama este invento de telerrealidad original de la cadena A&E Network, ya os podéis hacer una rápida idea; debéis añadirle, eso sí, ese sentido del espectáculo que tienen las productoras al otro lado del charco: personajes estereotipados a la par que cercanos, situaciones hilarantes –aunque los protagonistas se encuentren apostando por el más simplón contenido de un cochambroso almacén–, ritmo en el metraje y demás etcéteras mil veces vistos pero que, como bien sabemos, siguen funcionando a la perfección.
 
Dave Hester, Darrell y Brandon Sheets, Barry Weiss, junto con el matrimonio formado por Jarrod Schulz y Brandi Passante –tiene tela el apellido... ni puesto adrede, vamos– fueron los protagonistas en la versión inicial del programa, ya que Storage Wars terminaría estrenando también una reinterpretación de la idea base versado para la ocasión en los compradores de Texas. Ahora bien, no he sacado a la palestra ¿Quién Da Más? para hacer sangre de sus personajes, que buenos y cachondos momentos me han hecho pasar. Al que quiero retratar aquí es a ese segmento del público totalmente incauto, oportunista, sin dos dedos de frente para comprender que el trabajo real de Dave, Darrell, Barry o Jarrod tiene muchas pérdidas, muchas inversiones y muchos años de prueba-error a sus espaldas. Por qué digo esto, muy sencillo... En Estados Unidos se han dado casos de personas que han dejado sus trabajos, que se han despedido de sus oficinas o de sus empresas y han invertido lo poco que tenían en ponerse una pequeña tienda. Una vez hecho esto, han comenzado a asistir a estas subastas, fulminando a la postre los últimos fajos de billetes que les quedaban en la cuenta del banco. Resultado: se han dado la castaña padre, han terminado ojipláticos cual conejo al que le dan las largas y, cual colofón, se han dado cuenta de que tenían que vender todos sus bienes si al día siguiente querían tener un litro de leche para el desayuno de sus hijos.
 
Tal vez por ello, aprovechando uno de los especiales en Las Vegas que grabó el primer elenco, y en el que se desvelaban las adquisiciones más chorra o los momentos álgidos en el cara a cara con los subastadores, algunos de estos expertos compradores profesionales explicaban ante las cámaras que sus negocios y las ganancias de los mismos no habían llegado de la noche a la mañana, al igual que no se podía poner una tienda del tipo de la que ellos regentan sin tener, por lo menos los primeros años, otro empleo o algún ingreso extra que no dependa de estas subastas. El que avisa no es traidor.
 
por Sergio Guillén

lunes, 27 de mayo de 2013

MTV nos descubre a la Patricia Pérez nutricionista

 
Los compulsivos anuncios televisivos, extensísimos, insoportables, llevan al hastío, mientras que las comodidades del mando a distancia nos invitan directamente al zapping. En plena vorágine del cambio de canal, y al pasar por un programa de la cadena MTV de cuyo nombre no quiero acordarme, me topé con la presentadora y actriz Patricia Pérez en bata blanca. Cual recuerdo-homenaje a los buenos ratos que me hizo pasar desternillándose de las revistas del corazón, del baboso famoseo de la prensa rosa, en su programa Mamma Mia, dejé de teclear, de presionar frenético los botones del mando, para ver de qué trataba su actuación. ¿Sería un sketch en plan Vaya Semanita? ¿Sería una broma para algún programa de telerrealidad? Pues la verdad es que Patricia no interpretaba ningún papel y sí ejercía una de sus profesiones que, lo reconozco, desconocía por completo –aunque tampoco me importaba lo más mínimo, sinceramente–: nutricionista. Ahora, lo de “broma para la telerrealidad” realmente era cierto, pues en esos momentos aparecía tratando en su consulta a una mal llamada “cantante” nacional cuyo menú diario consiste en el consumo ingente de porquerías varias –ella misma lo reconoce–, intentando arreglar lo que posteriormente le traumatiza o molesta a golpe de bisturí. Chica, para qué tanto nutricionista si luego a la menor te haces un completo de chapa y pintura para que se te marque más el pómulo de aquí o el hueso de allá.
 
 
Pero no, no vengo a hablar de esa hija de John Waters que, como bien dice el pletórico humorista y músico El Sobrino Del Diablo, en su vida ha afinado a la hora de entonar uno de sus singles, y sí de La Pérez, de aquella Patricia que junto a un histriónico Víctor Sandoval presentaban el desinhibido Mamma Mia. Ahora ella ha dejado sus valiosísimas actuaciones naïf para hablar de dietas, ya sean bajas o ricas en carbohidratos; por lo visto, su definitivo paso por Vuélveme Loca la hizo replantearse su necesidad de vivir trabajando para la pequeña pantalla –sobre todo tras ver las insufribles e intragables ínfulas de Tania Llasera, esa presentadora que por haber trabajado con algunas productoras británicas ya se creía el mismísimo Simon Cowell–. Pero parece ser que la nube negra aterrizó sobre las dos cabezas de las caras visibles de Mamma Mia, ya que Sandoval ha acabado rompiendo también con esa imagen de tipo extrovertido y cachondo, con ese humor tan arrabalero suyo. Y es que lo de Víctor ha sido para mal, transformando su privacidad personal en un circo entre el culebrón sudamericano y un reality: que si me río de Thalia, que si me pica una araña, que si me voy para el otro barrio, que si no, que si Nacho Polo, que si canto “Nachopolizate”, que si te quiero o no te quiero previo pago de Salvame Deluxe... En fin, el día a día de Tele5. Por cierto, ¿de qué estaba yo hablando? Ah, sí, de que entre la MTV y el canal de Paolo Vasile cada vez hay más concomitancias.
 
por Sergio Guillén

jueves, 31 de enero de 2013

La Expedición de Rafael Amargo

 
Siento el juego fácil y desinflado de palabras pero Rafael, en el concurso Expedición Imposible, hace honor a su apellido y se luce cual el protagonista más amargo de la citada gincana marroquí. Y es que el bailaor y coreógrafo lo pone a huevo, vamos. Escribo amargo como podría escribir –y lo hago– rencoroso. Incluso los rifirrafes entre las parejas formadas por Raquel Mosquera/Leticia Sabater y las hermanas Abradelo (Rommy/María), las pataletas y las pullitas tenían su punto, su gracia, su lógica sabiendo del carácter de la Leti, del rollo superación de la viuda de Pedro Carrasco y del “yo a mi rollo” cachondo y desenfadado de las Abradelo. Sin embargo, Amargo, como ya ha demostrado en sus numerosas salidas de tono en otros espacios, pronto destapó su verdadera cara frente a la audiencia.
 
Recapitulemos para comprender el comentario anterior. Rafael y su comadre de vicisitudes en el concurso, la que hoy es su ex mujer, Yolanda Jiménez, se estrena en el programa una vez que el resto de sus compañeros se han metido en las canillas un pedazo de etapa que parece sacada de la Iron Man. Tras tamaño tute, hasta los participantes indestructibles –sí, me refiero a la torera Cristina y a su esposo Alejandro, que parecen sacados de los Navy Seals– ponen, y con razón, cara de malas pulgas al ver que unos nuevos contendientes entran frescos al duelo. Raquel Sánchez-Silva ya avisa: que nadie se preocupe, en la próxima jornada a Rafael y Yolanda se les penalizará haciéndoles recorrer un buen trecho de kilómetros a pie, mientras el resto se dividirá en todoterrenos o en una desvencijada camioneta. Parece lo más justo, y con la euforia del estreno, Amargo dice aceptar lo que le echen.
 
 
A la mañana siguiente la cosa cambia, sobre todo cuando comentan al resto del equipo participante que si sus componentes quieren, sólo si se lo pide el cuerpo o la conciencia, podrán recoger en sus vehículos a Amargo y Jiménez una vez se los encuentren por el camino –ya que a ellos se les ha dado un plazo de ventaja para que tiren millas–. Como es lógico, la respuestas generales van de un “naranjas de la china” a un “nanai”; la mar de comprensible, más todavía si tenemos en cuenta que aquella primera etapa era por dunas, desierto, sendas totalmente desangeladas y muertas, mientras que a los dos nuevos ahora les toca caminar por una carreterita la mar de maja. Pues bien, al bailaor la cosa parece olerle a cuerno quemado; ni buena onda ni pepinillos en vinagre, ya que su cara torna en una mala leche de cuidado. Posteriormente, cuando se entera de que sus compañeros, así, en general –a excepción de unos pocos, entre los que están los que finalmente rescataron a estos ex, David y Daniel, los Das–, decidieron no hacer de samaritanos bondadosos y, como no, de tontos –que esto es un concurso, que aquí se compite para ganarse unos a otros, no lo olvidemos; para amistades estivales ya teníamos Verano Azul–, el Amargo monta en cólera y carga contra las primeras que se le ponen por delante: las Abradelo. Comienza así un vía crucis de mala baba y peor café, del putear por putear.
 
Desde ahí hasta el final del espacio de ayer, Rafael suelta la lengua dándoselas de auténtico deportista al que ya no le importa el dinero de la victoria, pues su meta ahora es demostrarles a todos los reunidos en Expedición Imposible –y las primeras, a las hermanas Rommy y María– que él puede esforzarse como el que más, que puede cubrir a pie la más dura etapa que le echen... Y todo ello lo afirma indignado mientras va descansando en un 4x4 de la organización pues, al ganar sin merecérselo el puesto premium de la jornada, en lugar de elegir enfrentarse entre la arena, el polvo y las piedras al resto de camaradas de aventura, decidió que se estaba mucho mejor recostado en unos mullidos asientos con cuatro ruedas. ¡Acabáramos! Amargo, majo, que se te tiene muy calado.
 
por Sergio Guillén

viernes, 25 de enero de 2013

No habrá Paz para la Padilla

 
En 1994 tomó cual huracán la cadena Antena 3 un espacio de chistes que nos vendría a presentar a uno de esos seres inclasificables que despuntan y, desde su naturalidad marciana, se convierten en algo tan grande que llegan a marcar la cultura popular de un país. Me estoy refiriendo a Chiquito de la Calzada, antiguo cantaor y extraordinaria rara avis de aquel espacio titulado Genio Y Figura. En dicho espectáculo televisivo, centrado en contar chistes a diestro y siniestro, también trabajaba, entre otros, María de la Paz Padilla Díaz, es decir, Paz Padilla. Con el tiempo, y rebuscando en el recuerdo de aquel espacio, la gente suele echar pestes de la loca risa dentada de Juan Trujillo, de las salidas desinfladas de Manolo Mármol –ese impersonator de Pepe Begines, pero sin la gracia innata del cantante de No Me Pises Que Llevo Chanclas– o de las vocecitas que ponía Felipe Segundo para emular a niños repipis mientras lucía atuendo que parecía salido de una fiesta química entre Paco Pil, Agatha Ruíz de la Prada y Chimo Bayo. Pero, ¿qué hay de la Padilla? ¿Qué ha sido de aquella contadora de chistes sin chiste, sin salero y con menos gracia que las páginas del BOE?
 
 
Mientras los Trujillos, Segundos y Mármoles de este mundo han quedado relegados a ese lugar que se merecían, el de humoristas con poco fuelle, a Paz se le ha dado oportunidad tras oportunidad, se le han abierto una y otra vez las puertas para que presentase programas, protagonizase series y hasta apareciese en películas. Incluso ha llevado varios de sus espectáculos a los teatros nacionales. Tras ver el otro día en Expedición Imposible a Raquel Mosquera con sus sprints a lo Carl Lewis y subiéndose por las dunas del desierto marroquí como si fuese una jabata, la verdad, ya me creo cualquier cosa; ahora bien, lo de Paz Padilla es digno de estudio en las escuelas de criminología o en las facultades de psicología más evolucionadas. ¿Cómo puede errar tanto? ¿Cómo logra trabarse y equivocarse una vez sí y otra también? ¿Cómo consigue dar tamañas patadas al diccionario? ¿Cómo alcanza ese grado supino de mala leche y de meter el dedo en la llaga ajena cuando en ningún momento soporta la menor crítica hacia su persona? ¿Cómo sigue en la televisión? ¿Cómo se puede tener tan poca gracia asegurando haber ejercido la profesión de humorista durante tantos años? Bueno, esto último tiene fácil explicación, pues en nuestro país en nombre del humor se han librado las mayores y más brillantes gestas... pero también las batallas más desvergonzadas. La profesionalidad brilla por su ausencia en la persona de la dama Padilla, pero ella sigue ahí, creyéndose la reina del mambo catódico. De temblores, oiga.
 
por Sergio Guillén

lunes, 24 de diciembre de 2012

La sartén, el fogón y Chicote, de pesadilla en pesadilla

 
Pesadilla En La Cocina ha calado en el público español, y no sólo en los que tenemos alma de chef o disfrutamos pasando horas entre fogones; los televidentes, casi en masa, se reúnen y reúnen, semana tras semana, frente a la pequeña pantalla para ver a Chicote, a Alberto Chicote, enmendarle la plana a tanto y tanto dejado o pasota de la restauración culinaria, a tanto criminal contra la salud pública. No somos pocos los que ya seguíamos al escocés Gordon Ramsey en el formato original de este mismo espacio, pero lo cierto es que Alberto ha llegado a un grupo mayor de adeptos. No sé muy bien si es por la sencilla razón de que a la gente le gusta saber si al final, aquella noche que llegó con cagalera al hogar, fue por culpa de una simple indigestión por hartarse a comer a deshoras o simple y llanamente porque le habían envenenado a base de recetas pergeñadas en cocinas pobladas por ratas, insectos, colillas y grasa a manos llenas.
 
Reconozco que el estilo televisivo de Chicote tiene su encanto, aunque los programas de Ramsey siguen estando mejor estructurados. Las líneas son las mismas, pero la verdad es que el timing, que dicen por aquellas tierras, de cada pieza o segmento está resuelto con mayor veracidad en la versión extranjera. En la de aquí, la presentación, esa suerte de introducción al restaurante a salvar, la puesta en antecedentes, es perfecta. Ahora bien, cuando el chef Alberto ya ha colocado a todos en su sitio y les ha mostrado las nuevas directrices en un sí o sí para salir del agujero, la resolución de los problemas se produce en pocos minutos a lo largo de una cena que parece extremadamente fantástica, un servicio que comienza fatal, acumulándose los platos, llamado al desastre, y que en pocos segundos se despeja por el ilusionismo de las hadas, los gnomos o –quién sabe– unos adláteres de Chicote que, al igual que ayudan a los dueños reformando el local en cuestión, quién sabe si no les hacen tabula rasa en el momento de tensión y les montan los platos a los damnificados para salir bien en la tele. De hecho, es normal ver en estas manducas nocturnas a críticos culinarios invitados que, cuando les traen los aperitivos y los primeros aseguran que son flojos, por no decir una mierda pinchada en un palo, para un plato después reconocer y ensalzar la pitanza al completo como de capricho de dioses. Nada convincente, ¿no es cierto?
 
 
Pero lo que más me llama la atención, lo que me tiene maravillado es el momento en el que, una vez reconocidos los errores de los dueños y chefs residentes en el establecimiento escogido por Pesadilla En La Cocina para ser visitado y tocado con la varita del éxito, Chicote muestra y da a probar una selección de platos que ha creado para la nueva carta. Algunas de esas especialidades tienen sus buenos bemoles, ocultando en su elaboración recetas complicadas de sacar adelante si no eres un experto con base de años; incluso las que son más “normalitas” necesitan de un toque experimentado, de alguien que entienda los tiempos de cocción, de fritura, el hecho-poco hecho-crudo-sangrante, que sepa que usar las especias o salpimentar tiene su arte si se quiere llegar a algo sublime. Y esto se lo ofrecen a gente como la cocinera de El Castro De Lugo, en Tetuán, Madrid, una persona que era todo menos profesional, una individua que dudosamente te podría hacer una simple tortilla francesa. El propio Alberto, viendo cómo estaba el percal, se le escapó la primera arcada en la misma cocina del local, para acto seguido salir de estampida rumbo a los aseos a vomitar. A día de hoy El Castro De Lugo ha cerrado sus puertas, al igual que el Da Vinci de Moraira, Alicante, pues Chicote puede parecer Papá Noel con tanto y tanto regalo pero no es Dynamo, por lo que la magia la deben hacer los propios dueños una vez el chef les pone las pilas. Pero claro, no todos tienen la capacidad, el empeño, el equipo y los arrestos para tirar del carro cobrando conciencia de la importancia capital que ello conlleva para sus vidas en un futuro inmediato.
 
por Sergio Guillén